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¿Por qué brindamos? / por Pablo Dotta

En estas fechas festivas, el reconocido sommelier y productor periodístico Pablo Dotta comparte con todos nosotros un relato sobre por qué brindamos. Léanlo con atención y tendrán una curiosa historia para compartir durante la última cena del año y darle el cierre ideal a una velada junto a los más queridos.

Comenzará o terminará con un brindis

Es la época del año con mayor promedio de brindis por semana. Además de las fiestas tenemos numerosas despedidas y todas ellas irremediablemente terminarán (o comenzarán) por un brindis. Esa costumbre que nos hace juntarnos en torno a un vino, un espumoso, un whisky, una cerveza, un jugo o lo que fuera, para celebrar algún hecho en particular, dar el puntapié inicial a algún proyecto, recordar con media sonrisa a alguien que no está o celebrar simplemente (razón para nada menor) el estar juntos.

¿Pero alguna vez se preguntaron de dónde proviene la tradición del brindis? Algunos hablan de que la tradición habría nacido en el imperio romano, donde envenenar al enemigo con su bebida era moneda corriente. Entonces, cuando un anfitrión quería dejar en claro que sus intenciones eran buenas, chocaba con fuerza su vaso contra el del invitado para que el líquido salpicara y se mezclara un poco en ambos recipientes. Así el invitado estaría seguro de que podría tomar tranquilo.

Es una explicación bastante clara, precisa aunque un poco vaga creo yo, ya que perfectamente luego que el invitado hubiera bebido algunas copas de más, lo apuñalarían a la salida del boliche como tantas veces en la historia del pueblo romano.

Poniéndonos un poco más serios, la Enciclopedia Británica dice que La costumbre de beber “a la salud” de los vivos muy probablemente se deriva del antiguo rito religioso de brindar por los dioses y por los muertos. En las comidas, los griegos y los romanos efectuaban libaciones [derramaban vino o licores] en honor de sus dioses, y en banquetes ceremoniales brindaban por ellos y por los fallecidos”. (…) Íntimamente relacionado con estas costumbres de beber casi sacrificiales tiene que haber estado siempre el acto de brindar por la salud de hombres vivos. (Tomo 13, página 121, edición de 1910).

Pero nada de esto es cierto o tiene el menor asidero claramente. La verdadera historia es la que compartiré a continuación y se remonta a la antigua Grecia. Su protagonista es obviamente Dionisio, dios del vino (Baco para los romanos). Para aquellos que no lo conocen, dejo su retrato y una de tantas esculturas en su honor a continuación.

Dionisio, como todo hijo de un dios y una mortal (Zeus y Sémele), tuvo una infancia complicada, perdiendo a su madre antes de completar su gestación y teniéndola que terminar cosido al muslo de su padre. Luego los celos de Hera (la mujer de Zeus), obligaron a que su padre tuviera que llevarlo lejos, más precisamente a Nisa, en Asia Menor, donde un grupo de ninfas y sátiros lo criaron. Con este entorno las posibilidades de ser otra cosa más que el dios del vino eran pocas, así que de cierta forma debemos estar agradecidos de su desgracia.

Dioniso se convirtió entonces en el dios del vino y la vegetación, y enseñó a los humanos el cultivo de la vid y el proceso del vino. En su honor se hacían festivales, los conocidos “bacanales” de Roma, donde la ciudad se convertía en una fiesta para celebrar su existencia (dato interesante y real: los bacanales originalmente eran sólo para mujeres).

Feliz por su popularidad y también por el producto que le había enseñado a los humanos, él también realizó una fiesta en el Olimpo donde invitó a todos los dioses (incluyendo Hera, el vino habrá apaciguado su rabia) y a los cinco sentidos.

Luego de un rato de banquete y fiesta, Dionisio notó que el oído estaba sumergido en una profunda melancolía, solo en una de las mesas. Se acercó y le preguntó qué le sucedía.

El oído le dijo entonces que su tristeza se debía a la nula participación que él tenía en el rito que los hombres desarrollaban en torno al vino. La vista veía el color del vino y podía anticipar su estructura, tiempo de guarda y hasta algunos parámetros de su calidad. El olfato escarbaba entre las diferentes capas de aromas, dándole un marco sensorial a la bebida y transportando al bebedor a mundos lejanos. Ni que hablar del gusto, que cerraba el proceso poniendo la firma sobre el análisis que se hacía al vino. Hasta el tacto participaba, sintiendo cierta aspereza o suavidad, dependiendo del vino en cuestión. Pero él, él no tenía nada que hacer. El escuchar el vino caer en la copa le parecía muy poco, ya que era lo mismo que escuchar agua u otra bebida.

Allí Dionisio se dio cuenta que la tristeza del oído era genuina, y como buen anfitrión buscó una solución. Decidió entonces compensarlo y hasta colocarlo por encima de los demás, dándole una parte del rito que sólo pudiera hacerse al compartir una bebida. El color, aroma, gusto y tacto del vino se podrían percibir y disfrutar en privado, pero el oído debía tener algo más.

Dionisio se puso de pie, aclaró su garganta para llamar la atención de los invitados y dispuso que desde ese día en adelante, cuando dos o màs personas se reunieran alrededor de una botella, chocaran sus copas para celebrar el estar juntos. El oído se emocionó al escuchar todas las copas chocando en señal de alegre aprobación a la ley dictada. Ahora él formaba parte fundamental del rito del vino y luego de otras bebidas. Mucho más adelante en el tiempo llegó el descorche y su característico sonido, pero el estaba más que conforme con ser parte fundamental del brindis, al punto que no le importó cuando apareció la tapa rosca.

Está en nosotros el mantener y continuar el legado de Dionisio, brindando en cada oportunidad que tengamos aunque sea por la razón màs pequeña. No esperemos un gran acontecimiento para ello, el estar juntos ya es motivo màs que suficiente. Olvidemos por completo la máxima que dice que el valor de la bebida debe ser proporcional al motivo del brindis. ¿Qué nos impide brindar con un vino barato por la llegada de otro miembro a la familia? ¿Qué impide brindar con un vino caro por el hecho que sea miércoles?

Aprovechemos este mes para brindar con la gente que vemos todos los días y con los que no vemos hace tiempo, para brindar con los que están cerca y los que están lejos, para brindar con los que no están, que obviamente no responderán al ruido pero el oído de todas formas los escuchará. Brindemos por lo que fue, lo que es y lo que será. Brindemos por no tener que esperar un año entero para volver a brindar. Brindemos con alegría y con fuerza.

Brindemos por lo que nunca fue y por lo que siempre será. Brindemos también con cautela, ya que todos los años hay quienes brindan en Navidad que no llegan a chocar sus copas en fin de año. Brindemos por y con amor. Brindemos por hacer el año que viene (o por qué no ya mismo) un pequeño gesto que haga este mundo un lugar algo màs justo. Brindemos por ser mejores cada día, por ser màs felices cada día. Brindemos por el año que se va y el que viene, hoja en blanco para llenar con motivos por los que brindar.

¡Salud!


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